sábado, 21 de marzo de 2009

Como un niño...

Me gusta decir que el 6 de agosto del 2008 lo pasé en México. Era mi cumpleaños. Pese a la soledad y la nostalgia del momento, gracias a todos fue muy especial. Por la mañana, sentado en el hall que unía las cuatro habitaciones de la casa, apoyado en la pared, viajé virtualmente a Cataluña: a mi casa, a mi entorno, con mi pareja, mi familia, mis amigos...Todavía lo recuerdo como si fuera ayer. Me cantaron el cumpleaños feliz por el día, me regalaron un sueño, lloré, lloré, lloré mucho, fui a la universidad, estropeé una fiesta sorpresa que me estaban preparando, celebramos la fiesta 'sorpresa' con mis compañeros de piso y dos amigas mexicanas -una norteña y una chilanga-, me cantaron 'Las mañanitas', bebí cava y soplé las velas. Ese día cumplí 20 años al otro lado del Atlántico. Y esto es ya para toda la vida. Siempre digo que cuando sea viejo, me sentaré con mis nietos y nietas y mi querida pareja y, con garrote en mano, les explicaré esta aventura.

Fueron cinco meses de experiencias infinitas que, desde lo más cotidiano a lo más excepcional, me han enriquecido en todos los sentidos. Tendría tantas cosas que explicar que se hace complicado concretarlo. Podría decir que, culturalmente, he visto ciudades coloniales que los españoles regalaron a cambio de una histórica matanza de indígenas; he paseado entre la arquitectura de Guadalajara y sus grandes murales mexicanos del siglo XX (obras de Rafael Orozco); he vivido y disfrutado la esencia de la música mexicana, entre cumbias y rancheras; me he embadurnado las manos comiendo los famosos tacos y burritos; he podido comparar el industrializado y desértico norte del paradisiaco y mísero sur...Seguramente, podría añadir más experiencias que han sido muy positivas, pero no quiero ser yo el protagonista; porque, sin duda, si de algo he aprendido, ha sido de la conversación, la convivencia y el trato con la gente.

Es esto lo que me ha permitido conocer más sobre la manera de vivir de los mexicanos y, en extensión, los latinoamericanos. Y la resumo con dos virtudes: su generosidad y su hospitalidad que, de hecho, ha sido lo que más he envidiado en mi regreso. Todavía hoy me avergüenzo, cuando en la primera semana, desconfié de un señor que trabajaba en una estación musical de radio y que lo único que quería era ayudarme. Me invitó con su familia a cenar, nos comentó cual podía ser una buena zona para vivir, nos llevó a ella, nos ayudó a encontrar nuestra residencia en Monterrey; y todo sin ninguna necesidad. Sólo quería colaborar como periodista en su estación y acabamos encontrando un amigo. Esto sería un ejemplo, de entre muchos más, que he podido vivir allí y que nunca se darían en nuestras tan queridas ciudades europeas.

Me gustaría invitar a todo el que lea el blog a que se vaya, directamente, sin pensarlo, que se vaya. Que viaje, que viva una locura de este tipo, que se quite todos los prejuicios y descubra verdaderas experiencias; pero sobre todo, que disfrute como un niño.











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