En el programa de 'Salvados' del último domingo, dirigido por el siempre desvergonzado Jordi Évole, el jovenzuelo independizado de Buenafuente viajó a Melilla, este rincón tan español que todavía posee la última estatua de Francisco Franco, alias Paquito.
Para sorpresa de él y todos los espectadores, el Ayuntamiento de Melilla tuvo la idea de poner un verdoso e impoluto campo de golf bordeando la franja que separa España de Marruecos. Al otro lado de la valla, un centro para inmigrantes, que incluso en un matutino paseo, los asistidos devuelven alguna que otra pelota a los adinerados y ociosos del golf. Sea este un ejemplo claro de las desigualdades e injusticias que corrompen el mundo con poco que hacer por nuestra parte para resolverlas.
La única verdad es que mientras unos se juegan la vida, prácticamente a diario, para llegar a un lugar en donde también son rechazados, sin motivo aparente; otros seguirán jugando al golf con su carri-coche, su gorrito y sus palos.
De mi habitación cuelgan hasta tres banderas (la Senyera, la irlandesa y la mexicana). Soy amante de las banderas. Pero que las banderas sean el recuerdo de unas gentes, el amor a una cultura, y no una creencia, una doctrina, una patria. Las banderas son símbolos. Barreras, muros, franjas, vallas, divisiones y odios...todo surge de nosotros.
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