viernes, 10 de julio de 2009

En qué sociedad vivimos...


Los vínculos familiares y el cariño que le tengo a la comunidad navarra se refleja con mi pasión que le tengo a una de las fiestas más importantes de España: San Fermín. Pese a que para muchos sea extraño, me encantan los toros y el 'encierro' y, sin embargo, estoy en contra de las formas con la que se les ejecuta, cruelmente, en las plazas de toros para disfrute de sus seguidores. No soy uno de ellos.

Como cada mañana, desde el 7 de julio y hasta el 14, me levanto para ver el encierro por televisión. Hoy lamentablemente ha fallecido un joven de 27 años, debido a una cornada en la zona del cuello. El chico era un aficionado de Alcalá de Henares que solía acudir a la capital navarra para seguir los encierros cada mañana. Y hoy, Capuchino, un toro colorado de la ganadería Jandilla, acabó con su vida.

Mi sorpresa y mi enfado llega cuando leyendo algunos comentarios por Internet, en concreto en Youtube, veo como hay indeseables que se alegran de la muerte de este muchacho, simplemente, por ser participe de una fiesta que ellos rechazan. ¿En qué sociedad vivimos? ¿Cómo se puede alegrar alguien de la muerte de un joven de 27 años que corría delante de un toro?

Mi rechazo al maltrato de los toros en la plaza es total. Siempre he dicho que deberían de soltar al toro y que el profesional fuera capaz de torearlo con toda su bravura; sin banderillas ni jinetes clavando verdaderos arpones. Es un espectáculo deplorable. Dicen que es una tradición, historia. Sí, de acuerdo, pero hay que saber marcar unos límites adecuados a los tiempos que corren.

El encierro, en cambio, reduce notablemente el sufrimiento del toro en comparación con la corrida vespertina. Por hacer una metáfora, soltar un toro por las calles adoquinadas de Pamplona es para el toro como si las personas corriéramos sobre una pista de hielo, con el riesgo evidente de caídas. Nada que ver con la matanza exhibicionista de las tardes. Es por ello que deberíamos diferenciar dichas actividades culturales. Eso sí, en todo momento me estoy refiriendo a los encierros de las fiestas de San Fermín y no, por tanto, a todas esas fiestas de pueblos en donde se sueltan vacas y toros bravos, cuyas condiciones y circunstancias desconozco.

Sea como sea, es injustificable la alegría por la muerte de este muchacho. Me gustaría pensar que no es verdad, que no saben lo que dicen. Pero lo peor es que, realmente, lo piensan.

Humildemente, descanse en paz.

2 comentarios:

  1. Que gran verdad lo que dices... ¿Cómo se puede alegrar la gente de una muerte?

    Yo hoy he vuelto al mundo depsués de unas semanas out por las recus y el trabajo y las dos primeras noticias que he escuchado han sido ésta y la del bebe de Dalilah... No sé cual me ha sentado peor. Si una por la de veces que han dado la muerte del porbre chico o al otra por el mega error humano.

    Cuando encuentres repsuesta a tu pregunta, me la cuentas ;)

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  2. Imagine usted una turba romana enardecida esperando que sea un buen día en el coliseo y la función sea más sangrienta que nunca, ansiando ver a un grupo de hombres decir ante el césar "Morituri te salutant" antes de matarse. Cierre los ojos y observe al joven soldado alemán sonreír mientras desfilan ante él los remedos de cuerpos humanos judíos listos para el ser "bañados". Recuerde la foto de los soldados americanos posando alegremente arriba de los cuerpos desnudos y humillados de los iraquíes. Al parecer, muestras de felicidad ante la humillación y muerte humana nunca han faltado y no están supeditadas a tiempo, nación o acontecimiento.

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