
Camino entre muros. Calles estrechas, rocambolescas, medievales, desorganizadas, oscuras. Han sido invadidas por los canales, dejando un aroma cerrado de humedad. La madera es putrefacta en su base pero pura en el portón. Aparentemente reina la soledad y la tristeza. Pero tiestos con flores adornan las pequeñas ventanillas; dan color a lo arcaico y te emanan su magia, la magia de la ciudad, la magia de Venecia.
Como camino a Roma, todo te lleva a la Piazza San Marco. Un cuadrilátero de arte regentado por el campanario. Desde allí se pueden ver las mejores vistas de Venecia. Tierra y agua hermanadas. El gran canal es la columna vertebral que te adentra al corazón de esta peculiar ciudad que hoy está de luto. Desde 1966 Venecia ha perdida la mitad de sus ciudadanos. De más de 120.000 personas, ahora apenas quedan 60.000 venecianos; lo que significa que están por debajo de su límite vital. Con humor celebran hoy el funeral de la ciudad. Entre las calles seguirán en procesión a un ataúd rosa, color símbolo de la isla; como sí de cualquier mortal se tratase.
Sin embargo, aquí caminante, un viajante, un soñador, fue y sigue siendo un paisano, un veneciano. Aquel que pisa las calles enrevesadas de la magia, aquel que engaña y miente y se burla del tiempo, aquel que pasa y roza la piedra con su mano, aquel que se monta en la góndola y cruza puentes como etapas en tu vida para desembocar en el mar, aquel que viaja a Venecia, es veneciano. Éste es su antídoto. Ésta es su magia. Esto es Venecia.